“Cuánta historia, cuánta leyenda o mito,
cuánta riqueza lingüística se oculta detrás de cada uno de los topónimos aquí
compilados”, comienza diciendo Joaquín Meza en la introducción a su
“Diccionario toponímico de El Salvador” (2013), recientemente publicado. No le
falta razón.
El bien organizado volumen de más de 600
páginas reúne y ordena la mayor parte de la toponimia procedente de los
diversos grupos poblacionales prehispánicos que ocuparon el actual territorio
salvadoreño. Las toponimias de origen náhuat, lenca y potón han estado
dispersas en distintas publicaciones de carácter histórico y documental. Es
hasta ahora, gracias a la curiosidad erudita de Joaquín, que se emprende un
esfuerzo totalizador.
Por toponimia se entiende el estudio del
origen y significación de los nombres propios de un lugar o una región
geográfica. Al conocimiento de los nombres ancestrales de nuestros poblados,
cerros, ríos, han contribuido en el pasado los estudios de Jorge Lardé y Larín,
Pedro Geoffroy Rivas y del Instituto Geográfico Nacional, sin olvidar al
filólogo mexicano Ángel María Garibay, entre otros.
¿Para qué investigar los nombres?, se
preguntará más de uno. Pues porque ellos “constituyen el paralelo entre el
simbolismo mental y el mundo físico real en el que habitamos y nos movemos”,
escribe Rafael Ibarra en la presentación del Diccionario. Los nombres, agrega,
atrapan memorias colectivas, nos vinculan con personas y lugares: “construyen y
custodian historias”.
La presencia en esta publicación de Lito Ibarra, “el padre de
la Internet en El Salvador”, me sugiere la fantasía de que
el Diccionario podría “vaciarse”, con el apoyo de personas y empresas
visionarias, en un formato georeferenciado, dotándolo de toda esa riqueza de
recursos informativos y gráficos que ofrece la web.
Jorge Lemus, que también prologa el libro,
detalla que el análisis de los topónimos se apoya en disciplinas como la
lingüística, la geografía, la geología, la arqueología y la historia. En el
caso salvadoreño, la mayoría de los topónimos de origen náhuat son palabras
españolizadas e, inclusive, fueron adaptadas al náhuatl mexicano por los
traductores tlaxcaltecas que acompañaron las expediciones de conquista de los
españoles.
Como anoté arriba, el volumen está bien
organizado. Los topónimos están agrupados por departamento. A su vez, cada una
de estas secciones abre con un mapa del departamento, una tabla con sus
municipios y una breve descripción que incluye límites geográficos, principales
accidentes geográficos, un poco de
historia y datos sobre la población. Cuenta además con un útil índice
que refiere cada nombre a las páginas en
donde es mencionado en el cuerpo de la obra.
Aunque Meza advierte la necesidad de que a
futuro se emprendan investigaciones que confronten otros estudios similares que
él no tuvo a la mano durante la redacción de su Diccionario, nadie pondrá en
duda de que su trabajo es un parteaguas en el estudio de las toponimias
salvadoreñas.
Joaquín Meza es poeta, escritor y
humanista. Formó parte del grupo de jóvenes reunidos en torno a la revista
Pasarraya. Es autor de libros de poesía. Con este “Diccionario toponímico de El
Salvador” alcanza la estatura de un investigador riguroso. En 2008 nos había
asombrado con la publicación del “Real diccionario de la vulgar lengua guanaca”,
un libro que fija una porción importante del habla popular salvadoreña.
Joaquín es un guardián de las palabras de
la tribu. Estos dos libros han sido posibles por su terquedad, y por la
generosidad de personas que creen en su trabajo. No ha contado con el apoyo de
presupuestos oficiales ni con la asesoría de esas formalísimas congregaciones
académicas de la lengua o la historia. Gran lección la que nos deja.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 20 febrero de 2013)
(Publicado en La Prensa Gráfica, 20 febrero de 2013)